Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo. Esta elección, tan rigurosa que no retiene más que lo Único, constituye, digamos, la diferencia entre la transferencia analítica y la transferencia amorosa; una es universal, la otra específica. Han ...sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo. Hay allí un gran enigma del que jamás sabré la clave: ¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente, lánguidamente) ¿Es todo él lo que deseo (una silueta, una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo? Y, en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado, tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué porción, tal vez increíblemente tenue, qué accidente? ¿El corte de una uña, un diente un poco rajado, un mechón, una manera de mover los dedos al hablar, al fumar? De todos esos pliegues del cuerpo tengo ganas de decir que son adorables. Adorable quiere decir: éste es mi deseo, en tanto que es único: “¡Es eso! ¡Es exactamente eso (lo que yo amo)!” Sin embargo, cuanto más experimento la especificidad de mi deseo menos la puedo nombrar; a la precisión del enfoque corresponde un temblor del nombre; la propiedad del deseo no puede producir sino una impropiedad del enunciado. De este fracaso del lenguaje no queda más que un rastro: la palabra “adorable” (la correcta traducción de “adorable” sería ipse latino: es él, es precisamente él en persona).
Hace unos 15 millones de años, según dicen los entendidos, un huevo incandescente estalló en medio de la nada y dio nacimiento a los cielos y a las estrellas y a los mundos.
Hace unos 4 mil o 4 mil 500 millones de años, años mas años menos, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quien convidar el trago.
Hace unos dos millones de años, la mujer y el hombre, casi monos, se irguieron sobre sus patas y alzaron los brazos y se entraron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos 450 mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudo a defenderse del invierno.
Hace unos 300 mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y creyeron que podían entenderse.
Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.
Cada
persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y
se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no
habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es la prueba evidente de que
dos almas no se encuentran por casualidad. -Jorge Luís Borges-
Puedo pasar la vida contando los exactos lunares de tu vientre, siguiendo en el espejo tu mirada, ahuyentando tus fantasmas; si quieres, siéndome un poco tú. Puedo pasar la vida. Pero vivir, amor, es mucho más que eso; es crecer y dormir y envejecer contigo, reñir y bromear, y no vernos a veces, o vernos como extraños alguna madrugada. Es la recia costumbre que de pronto fulgura con una hermosa lumbre de pasión y demencia.
Creo en lo que se mueve detrás de la aspereza en la instancia agotada de una promesa rota creo en la inmediatez creo en las despedidas en los cuerpo vencidos por el peso de la parte que falta creo en la vanidad creo en lo efímero en la trinchera que construye la noche con las piedras del día creo en los pactos del azar en la brutalidad de los sentidos en esa dentellada que sufren los cimientos cada nueva estación yo pego inútilmente la espalda a la pared vivo en esa cornisa tarde o temprano me romperé los dientes sin el menor estilo sé predecir esa obviedad creo en la conveniencia de recapitular en la esforzada dignidad que me asiste en los favores del instinto más que en ninguna cosa